Si usted tiene edad suficiente como para ir pensando en pedir cita para la vacuna, recordará un tiempo en el que las fotografías se hacían para verlas y no para enseñarlas. Recordará el ritual en el que usted, su hijo o su madre iban a aquel lugar donde un mago de las imágenes recogía su cajita llena de recuerdos y se la devolvía transformada en estampas más o menos parecidas a las que usted había imaginado de camino a la tienda. También los había más raros, que obraban la magia en un rincón oscuro de su casa levemente iluminados por una sanguinolenta luz roja. Convenía sospechar de aquellos tipos: cazadores furtivos de destellos que coleccionaban caras y lugares con la misma crueldad posesiva con la que se atraviesa con la aguja a una mariposa borracha de formol.

De la emulsión al click

El advenimiento de lo digital acabó con aquello. Lo destruyó salvajemente, a marcha forzada y sin piedad. Después vinieron las redes. La rapidez más rápida de la cuenta, el hashtag, la imagen como testimonio, como prueba que presentar ante el jurado popular, como vacile, como “yo estuve allí y ustedes no”. Como sonrisas enlatadas que se extinguen de manera instantánea dos segundos después del relámpago del flash. Vinieron muchas fotos, muchísimas. Demasiada memoria en el móvil para unas vidas tan aburridas en las que no quedaba más que disparar fingiendo vivir lo que se añoraba. Por otro lado, los fotógrafos desequilibrados de antaño daban gracias a los cielos por haberles regalado un cazamariposas con una circunferencia tan amplia. Para consuelo de malos cazadores, este podía funcionar automáticamente. Lo digital se había impuesto, o eso creíamos.

Al margen del mundo digital subsistían algunos locos del analógico a los que el gran camelo que atribuía a lo digital la patria potestad del futuro no les terminaba de encajar. Aquellos locos hallaron su caladero en las universidades, las filmotecas y las exposiciones. El camelo se hizo cada vez más evidente y en las atmósferas del audiovisual comenzaron a repetirse, no sin cierta nostalgia, las mismas preguntas. ¿No es cierto que todavía no se ha conseguido una calidad de imagen digital que se equipare a la analógica? ¿O que la posesión de las imágenes en formato físico invitaba a compartir la fotografía como se comparten las películas, el vino o la música?

K-rrete, el documental

A todas estas preguntas y a muchas más responde K-rrete, un documental con guión de Marina Esteban y dirección de Nuria Rincón. A través de entrevistas a profesionales y aficionados del mundo de la fotografía, la obra consigue dibujar un esbozo de la situación actual de la fotografía analógica, así como de sus ventajas e inconvenientes frente al formato digital, sus significados artísticos y cualidades estéticas que la hacen ser, o no, un formato preferente para determinados creadores. De entre todos los testimonios destaca el de Hipólito, un sevillano reparador de cámaras. Él recuerda con dulzura y cierta indignación cómo el tiempo y esmero dedicado a cada fotografía han ido en descenso con el auge de lo digital.

De igual manera, sorprenden, por la solidez de sus argumentos, las opiniones de las fotógrafas Carmen Hinojosa y Alejandra Amere, que Inciden en cómo el formato analógico posee la cualidad de trasladar lo retratado a un plano distinto de la realidad. Esto, lejos del imperante realismo de lo digital, puede servir de herramienta para crear nuevos universos con total libertad artística. Con ellas se entrelazan las declaraciones de Rafffff y Hanbury, fotógrafos que elogian la valentía del que se lo juega todo a un solo disparo. Así como la visión del equipo del estudio de revelado Sollab, quienes han sabido ver en lo analógico un retorno a aquello que lo digital intenta emular a través de la edición por filtros.

A través de estas ideas, K-rrete deja claro que la fotografía analógica “no ha vuelto, sino que nunca se fue”. Tal vez por ello encuentra en nuestra década un resurgimiento en el que de las paredes de los jóvenes fotógrafos cuelgan instantáneas de Polaroid. Otra de las muchas enseñanzas que se pueden destilar del breve documental es que lo analógico no es una elección que excluye a su alternativa. Ni una opción a la que ceñirse de manera férrea como quien se decanta por un frente en el campo de batalla. Es una alternativa formal que responde a ciertas necesidades artísticas.

Más allá del celuloide

Lo que comenzó como el trabajo de unos estudiantes de comunicación audiovisual de Sevilla ha rebasado ya las fronteras de lo cinematográfico. K-rrete se ha convertido en un proyecto multimedia en el que todos tenemos oportunidad de participar. No sólo como contribuyentes de su crowdfunding, que permitirá que la obra sea presentada a concursos donde pueda ser divulgada. O como comprador del merchandising, que emula la estética del documental. También como partícipes directos en su perfil de Instagram (@k_rrete), que recopila fotografías analógicas para hacer de esta iniciativa una obra cada vez más extensa.

De cierta manera, la historia de K-rrete es la de tantos fenómenos populares que resurgieron sin irse. No resulta extraño que este documental, así como sus variantes en redes, haya recibido tan extensa acogida entre un público que ha encontrado en las imágenes de los jóvenes estudiantes una voz con la que sentirse identificados. Verlo, así como participar en él, es, además de encontrarse con el recuerdo de lo que fuimos en otro tiempo, mirar al futuro con ojos nuevos sabiendo que no existe límite alguno a la hora de ser creativos.

FICHA TÉCNICA
DIRECCIÓNNuria Rincón
GUIÓNMarina Esteban
PRODUCCIÓNDaniel González
Nuria Rincón
DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍAPablo Huici
DIRECCIÓN DE ARTEJavier Torres
Robea Fee Schlegel

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